Espejos de amor y dolor. Dice la poeta: De la nada y de la mano diáfana, dotada de clarividencia lírica, dejo plasmada en cada pedazo de papel mis versos. Desde mi pininos cuando mi madre, llamándome un día, dijo: «Hija, ¿qué haces?». Yo le respondí: «Juego con el sol para con sus rayos escribirle al niño Dios». Y así, guiada únicamente por mi sensibilidad incansable en mitad de la noche, al amanecer por el duro trajinar de la vida, sedienta, incansable por lo vivido, asomada al despertar por lo recóndito de la vida, busqué en el quehacer de la poesía mi refugio espiritual. Siempre me asomé en dirección al parque contiguo a mi casa, buscando esa banca donde mirar las cosas ocultas del infinito, en mis sueños de mestiza y su tambor, para cerrar mis ojos. Y lanzarme en donde el sol, grito de mis pensamientos ajenos, a este éxtasis me hace regresar en fugaz suspiro astral. Hago esta poesía una comunicación sentimental y emotiva que se adueña y se engalana en la simbiosis inmortal, comparando esos árboles que vi nacer y crecer como las veraneras y flores amarillas que adornan la entrada de mi casa. Así que un día en mi diario trajinar, mientras caminaba con mi amiga Emilia García Márquez, vimos una aglomeración cerca de la alcaldía, de repente mi amiga me dijo: «Es Gabo, caminemos rápido para que lo saludes». Yo portaba en mi maletín algunos ejemplares de Mensajes de vuelo, mi primer libro de poesías.Cuando me acerqué a Gabo le dije: «Le regalo este libro». Él, en medio de la aglomeración respondió: «De todo lo que he visto y escuchado, lo que más me ha gustado es el regalo de este libro». Acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome entre susurros: «Escríbele al amor». Sonreí y, despidiéndome, seguí con mi amiga. De regreso a casa, pensando en lo que sugirió Gabriel García Márquez me dije: «Tengo algunos poemas de amor, así que seguiréescribiendo». Comencé a ver algunos espejismos, pensando que puede ser posible que en algunos movimientos naturales está la sensibilidad del hombre. Así que escribiré al amor de todas las cosas, para así seguir creando, soñando y confirmar una vez más lo que siempre he sabido: que no hay amor más grande que el amor de Dios. Su luz me enseña el camino en un sueño de infancia que me marcó la vida y me infundió el amor a la poesía; visiones del sueño y la vigilia fueron alimentando mi mundo en relación con el diario vivir. Creí que sería fácil escribir. No basta ser un volcán de sentimientos y de imaginaciones, fue necesario iniciar una amistad con las palabras. No es fácil tener palabras amigas. Una palabra también nos puede traicionar. De ahí que encontrar una palabra fiel que revele el alma y la creación es una lucha que implica constancia y desvelos. Creo que en la era del parto sin dolor, el único parto que seguirá siendo doloroso es el de escribir y editar libros. Como me di cuenta de lo fuerte de esta lucha, quise compararme con el árbol de roble. De tanto querer ser roble se partió mi energía y me salieron las espinas del árbol de guamacho. El guamacho es el árbol que a sus ramas les nacen flores amarillas después de muerto. ¿Cuántas veces he muerto? Pues no se extrañen de que vuelva a vivir o vuelva a morir. Para tranquilizarme en el amor de la vida, siento ahora que la poesía vivificante es un extraño injerto de fortaleza que me lanza a la eternidad; destacó entre los mejores regalos que he recibido de la vida. Dentro de mis poemas tengo algunas narraciones divinas de seres de luz. Dedico este libro, Sueño de mestiza y su tambor, a los que me quieren con sinceridad profunda, y a los que no me quieren les doy mis agradecimientos, pues fueron ellos los que me impulsaron a seguir adelante. A mi padre celestial, a mis hijos y amigos.
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