El tercer tomo de El Periquillo Sarniento mantiene el tono moralizante y picaresco de los volúmenes anteriores, aunque introduce nuevas experiencias en la vida del protagonista que lo enfrentan con realidades aún más complejas de la sociedad novohispana. José Joaquín Fernández de Lizardi sigue explorando el destino de Periquillo, quien, a pesar de sus múltiples fracasos y tropiezos, continúa en su búsqueda de estabilidad y reconocimiento. El relato inicia con su llegada a la casa del doctor Purgante, un médico que lo toma como aprendiz y le brinda ciertas enseñanzas. Sin embargo, Periquillo, fiel a su carácter oportunista, termina robándole dinero, libros y documentos para fingirse médico en Tula. Allí se convierte en un falso doctor que atiende pacientes sin ningún conocimiento real, recurriendo a la charlatanería y a la confianza ciega de los enfermos. Su éxito inicial no se debe a su habilidad, sino a la credulidad de la gente y a la casualidad de que algunos pacientes sanan por sí mismos. Su estancia en Tula le permite conocer a personajes que reflejan distintos aspectos de la sociedad novohispana. Desde el cura del pueblo hasta los funcionarios locales, cada interacción expone la corrupción, la ignorancia y los abusos de poder. Su farsa como médico alcanza su punto máximo cuando realiza curaciones exitosas por simple suerte, lo que le otorga un prestigio inmerecido. Sin embargo, la precariedad de su conocimiento lo pone en situaciones comprometedoras, como cuando administra tratamientos peligrosos o se enfrenta a la sospecha de los verdaderos profesionales. El tono de la novela sigue siendo una mezcla de sátira y didactismo. Fernández de Lizardi no solo narra las peripecias de Periquillo, sino que utiliza sus aventuras para criticar a la sociedad colonial, especialmente en lo que respecta a la educación, la medicina y la justicia. El protagonista encarna la viveza de quien intenta aprovecharse de las circunstancias, pero también es víctima de su propia necedad e ignorancia. A lo largo del tomo, su carácter se enfrenta a momentos de reflexión en los que reconoce los errores de su vida, aunque rara vez los corrige de manera definitiva. El humor es un elemento constante en esta parte de la novela. La manera en que Periquillo manipula a los demás con su verborrea pseudocientífica y sus latinajos improvisados muestra no solo su ingenio, sino también la facilidad con la que la sociedad acepta la apariencia de conocimiento sin cuestionar su autenticidad. En este sentido, la novela se adelanta a muchas críticas modernas sobre la superficialidad y la credulidad popular. Hacia el final del tomo, la historia toma un giro más marcado hacia la introspección. Periquillo enfrenta situaciones que lo obligan a reconsiderar su vida y sus acciones. Aunque sigue cayendo en trampas y fraudes, hay un esbozo de redención en su relato. La estructura de la novela mantiene la intención pedagógica del autor, quien se dirige constantemente a sus lectores para extraer moralejas de cada episodio. En términos generales, este tercer tomo de El Periquillo Sarniento refuerza el carácter crítico y reflexivo de la obra. La historia de su protagonista no solo es un relato de aventuras, sino también una radiografía de las deficiencias de la sociedad novohispana. La sátira y el humor sirven como herramientas para denunciar las injusticias y la falta de educación, mientras que el tono moralizante busca aleccionar al lector sobre los peligros de la holgazanería, la mentira y la falta de principios. La combinación de estos elementos convierte esta parte de la novela en un documento literario valioso que, más allá de su contexto histórico, sigue resonando en la actualidad.
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